La prodigiosa naturaleza de las Torres del Paine

Era un viaje soñado hace diez años. Un viaje que se ha hecho de rogar durante una década. Un viaje que, pese a las expectativas acumuladas durante tanto tiempo, no me ha decepcionado. Al contrario, me ha maravillado: el sobrecogedor paisaje de las Torres del Paine, en plena Patagonia chilena, ha quedado fijado para siempre en mi retina.

La naturaleza en la Patagonia, en las Torres del Paine, es verdaderamente prodigiosa. Empezando por el clima. En una misma jornada tuvimos vientos de casi cien kilómetros por hora, intensas nevadas, lluvia, sol radiante, nubes bajas que apenas nos permitían discernir el paisaje. Es como si el clima y el paisaje, juntos, quisieran humillarnos, recordarnos a los humanos lo insignificantes que somos.

Porque uno se siente insignificante ante tanta majestuosidad. De un lado, el páramo ándino que se extiende hasta donde llega la vista. Del otro, las inmensas moles de los Cuernos del Paine, con esos juegos de colores ocre y negro que secuestran tu mirada por minutos enteros. A sus pies, lagos de aguas turquesa que también muestran su carácter cuando los navegas, en busca de los senderos que se adentran al interior del macizo.

Al final de cada jornada volvíamos cansados de las largas caminatas. La furgoneta del hotel avanzaba por el polvoriento camino. A nuestro lado, el yermo terreno se tornaba rojo - el vinagrillo engañaba la vista - mientras el sol teñía, también de rojo, las nubes tras el macizo. Quizás estábamos regresando del glaciar Grey, todavía impresionados por el irreal azul de los colosales témpanos que flotaban en el lago. O de la cascada Paine, el contrapunto dinámico a la majestuosa quietud de las torres. O de una cabalgata por los alrededores del parque durante la que contemplamos cómo islas, lagos y cascadas formaban un armonioso conjunto, el paisaje convertido en arte.

Explorar el Parque Nacional de las Torres del Paine, en compañía de guanacos, ñandúes, zorros, armadillos y todo tipo de aves, es un tan placentero como agotador. De vez en cuando hay que detenerse, en la orilla de un lago, en el interior de un frondoso bosque de lengas, junto a las bayas de un calafate o de una chaura, en un puente sobre el río. Mientras bebes y respiras, al elevar la vista al cielo, allá en lo alto el cóndor planea señorial, recordándonos lo insignificantes que somos.

[Echadle un vistazo a pantalla completa al álbum de fotos. Merece la pena]

Comentarios

Deixa o teu comentario...

Arquivo

Formulario de contacto

Enviar