Una escapada a Londres (y iv)

Londinense amanece el cuarto y último día de la escapada. Y además de londinense, laborable: el hormiguero de la City será nuestro destino inicial.

Previamente, eso sí, hacemos una parada por el camino para acumular una buena dosis de quietud antes de la marabunta: se encargan la Somerset House y las callejuelas y el ladrillo rojo del Templo - incluída, sí, la novelesca iglesia -.

Continuamos por Fleet Street, sobrepasamos la catedral de Saint Paul - mucho menos atractiva, en su molicie, de día y desde este lado del río - y nos adentramos en la jungla hasta el Bank of England, auténtico corazón de la City. A partir de aquí, dedicamos un rato a observar el ajetreado ir y venir del personal, al tiempo que ponemos el contraste recorriendo con pausa el todavía más contraste entre modernos edificios de negocios - como el Lloyd's -, iglesias seculares y callejuelas sin salida que esconden pubs también seculares. Curiosa armonía, en cualquier caso.

De entre todas las construcciones, me quedo con una de las más recientes: The Gherkin, de Norman Foster. Por cierto, ¿a alguien más le sugiere que el copy-paste también funciona en la alta arquitectura?

En fin, una gran cosa de Londres es que permite pasar, en tan solo unos minutos de metro ligero, de uno de los centros económicos del mundo al siglo XVIII. Efectivamente, un rato de DLR y estamos en Greenwich: su universidad, su media docena de callejas y comercios, sus bicentenarios pubs al borde del Támesis, el Observatorio Real y, por supuesto, el meridiano (si vas a Greenwich tienes que visitar el meridiano, del mismo modo que en las Azores no puedes dejar de ver el anticiclón; apréciese la ingeniosa agudeza).

Partiendo del muelle, un túnel atraviesa el Támesis y te lleva hasta la Isle of Dogs. Desde allí, tranquilamente sentado en uno de los bancos de la rivera, tienes ante tus ojos la panorámica del Greenwich Palace, tal cual lo pintó Canaletto en 1750. Merece la pena un ratito para recuperar el nivel de quietud perdido...

...y regresar al siglo XXI. Porque a tiro de tres minutos de DLR, en sentido centro de Londres, estamos en el Canary Wharf, que ya nos ha dejado asombrados en el viaje de ida. Sobre un conjunto de canales en los meandros del Támesis al este de la capital - los Docklands - se alza un modernísimo complejo de oficinas, con edificios de hasta 50 plantas parcialmente construidos sobre las aguas. En los sótanos, el amante de la comida rápida y de la compra compulsiva en grandes cadenas de moda encontrará su Nirvana.

De nuevo en el centro, la última hora antes del descanso vespertino la entretenemos en las zonas más chic: Regent Street, Piccadilly y Mayfair, con la lujosísima Bond Street.

La última noche se cierra en tres fases. Un paseo al atardecer por King's Road, la bulliciosa columna vertebral de Chelsea, colmada de tiendas de moda, bares de diseño y tradicionales pubs. Un recorrido turístico gratuito - gracias, Oyster Card - en lo alto de un tradicional bus de dos pisos: la línea 11 nos lleva desde Chelsea hasta Trafalgar Square, pasando por Westminster y Whitehall. Y, culminando la jornada, un repaso callejeando a los literalmente cientos de locales - para cenar, para tomar una copa, para bailar, para beberse una pinta; chinos, indios, turcos, españoles, italianos, franceses; modernos, antiguos, oscuros, de diseño, tenebrosos; pijos, de lujo, normalitos, tugurios - que ofrece el Soho. Comenzamos el día en una jungla, para terminarla en uno de los ecosistemas urbanos más variopintos del planeta.

Comentarios

  1. Qué envidia de viaje!!!

    Por cierto, lo del Copy + Paste yo creo que si que funciona. No hay más que ver como esta torre de Foster se carga el perfil tradicionalmente plano de Londres de igual manera que la Agbar de Nouvel lo hace con el de Barcelona (lo cual no quiere decir que los proyectos, en abstracto, me gusten más o menos. Hablo de su ubicación, para mi traumática, en el entramado urbano).

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